Ha pasado un año desde que Manel Muntada, amigo y colega, me invitara a participar en el blog de Consultoría Artesana. De aquella se acercaba la primera Navidad en pandemia y, tras un año duro que nos obligó a frenar en seco, quisimos creer que la excepcionalidad de la situación sanitaria se esfumaría, cual carroza de Cenicienta, con las 12 campanadas.
Y no ha sido así. Por segunda vez la navidad se ha ido… y nadie sabe sabemos cómo ha sido. Ha puesto la guinda a otro año de cafés postergados y de vanos empeños de recuperar normalidades (que nunca debieron ser) en vez de provechar la oportunidad de reflexión más allá del pensamiento binario. Porque… para qué molestarse si, como bien sabemos, todo es culpa del demonio virus que algunos seres perversos han soltado para romper nuestra maravillosa sociedad.
Y no es que me invada el pesimismo, sigo siendo una optimista existencial incurable, es decir, optimista de la voluntad y pesimista de la realidad, por eso creo que hay que retroceder un poco en la escalera de la utopía para revisar ciertos peldaños que no eran tan seguros como parecía. Es momento de ocuparse en pequeñas reparaciones y de practicar esa espera activa de la que habla Andrea Köhler en su ensayo sobre la espera, es decir, de esperar… avanzando. Un sutil equilibrio entre la compulsión del movimiento continuo y la parálisis.
Cuando mandé aquella colaboración, opté por incorporar la mascarilla en mi foto de perfil a modo de gesto de co-responsabilidad. Un año después, me pregunto si cuando podamos recuperar los encuentros de antaño nos reconoceremos sin ella. Y no es un pensamiento negativo sino todo lo contrario porque, como decía una de las protagonistas en Atlas de geografía humana de Almudena Grandes: «parece mentira pero, a veces, las cosas cambian».
La cuestión es que al escribir aquel artículo fui poniendo en palabras algunas cuestiones, relacionadas con la cultura y la inclusión, que me andaban incomodando y, resulta que un año después, han vuelto a mí en forma de reto. No se trata de replicar aquí el artículo, que está donde debe, pero hay una parte que tiene absoluta relación con el barro en el que ando metida, esta vez desde el lado original del espejo (mi actividad profesional) pero que me obliga a pasar de un lado al otro para entender las diferentes perspectivas y ayudar a definir el marco adecuado. Y me refiero a esta parte:
Si ya para las empresas no es sencillo conciliar los proyectos con el lenguaje institucional, en el marco de las asociaciones la cosa se complica, porque la rigidez de los conceptos y los interminables procesos burocráticos no encajan con la cultura y lo social (…)
(…) Por deformación profesional, desmenuzo con mucha atención los textos legales y los informes, tratando de descifrar lo indescifrable y de sortear las contradicciones que contienen. Y siempre termino haciendo mapas mentales para poder adaptar un proyecto sin que pierda su esencia.
Sin embargo, si algo nos ha demostrado la pandemia es que la cultura se abre camino, pero dudo que muchas de estas iniciativas hubieran pasado los criterios de selección y los test de innovación sobre el papel.
Por supuesto, soy consciente de que se necesitan criterios e indicadores para evaluar los proyectos, pero estos no pueden ser nunca contradictorios con los valores que un programa dice defender. Y sí, ya sabemos que es más fácil el recuento que la reflexión, pero convendría no confundir los avances con las estadísticas.
Resulta que, al ponernos manos a la obra, el asunto tenía aún más alcance y complejidad de lo que parecía. Estoy deseando llegar a un punto de equilibrio razonable para poder verlo en perspectiva y seguir prototipando.
Sin prisa, suave suave, todo llega. Tranquilidad y sosiego 😉
Creo que en este máster en tranquilidad y sosiego que nos ha tocado no caben fórmulas estandarizadas, es todo muy artesanal 😉