… el silencio legitimó la catástrofe
«Bastará decir que cuando llegué a Bagdad, en mayo de 2003, conocí una nueva forma, indirecta, oblicua, de destrucción cultural. Tras la toma de la ciudad por las tropas estadounidenses, comenzó un proceso de aniquilación por omisión, oscilante y superficial, que contravenía las cláusulas de la Convención de La Haya de 1954 y del os Protocolos de 1972 y 1999. Los soldados estadounidenses no quemaron los centros intelectuales de Irak, pero tampoco los protegieron, y esa indiferencia dio carta blanca a los grupos criminales. A este vandalismo profesional se sumó otro, más ingenuo, el de las multitudes saqueadoras, animada por una propaganda que estimulaba el odio a los símbolos […] Y cuando fueron arrasados por el fuego, el silencio legitimó la catástrofe».
Si así empieza la Historia universal de la destrucción de los libros, no es difícil comprender que su autor fuese declarado persona non grata en los centro del poder.
Y aunque sé que no se debe interferir en la libertad de lectura y asimilación, no he podido resistirme a la tentación las negritas. Pero no es un intento por dirigir miradas ajenas sino, más bien, por entender la propia.
Me ha recordado a la Historia interminable en la que cualquier deseo era posible pero, con cada uno, se perdía un recuerdo. Y si nada se recuerda, nada se puede desear en un mundo bajo amenaza de ser destruido por la nada.
El conocimiento se manipula, se restringe por intereses monopolísticos o, simplemente, se destruye…. por omisión. Se mide la falta de emprendedores pero no es tan fácil con el miedo y la apatía que destruye posibilidades, se presentan debates y estudios grandilocuentes porque no se sabe qué hacer.
«Y es que Planificar no es hacer DAFOS, construir misiones o formular visiones y objetivos de todo tipo y tamaño. Planificar es tan sólo trazar un rumbo entre el punto en el que nos encontramos ahora y una meta a la que queremos llegar».
No debemos confundir la capacidad de ilusionarse, soñar y hacer, con la fantasía en la que conversamos con los comepiedras que nos van dejando sin espacio. El silencio legitima muchas catástrofes.
Realmente el abrir espacios de “[no] hacer” es el freno más efectivo a cualquier tipo de impulso, tenga este la energía que tenga. En este sentido, la quietud que provoca parar el tiempo también está magníficamente descrita por M. Ende en Momo, otra gran novela que, como la Historia Interminable, está mal clasificada en el género de literatura infantil y juvenil.
Me gusta que hayas traído aquí esta novela porque si miramos atrás vemos como se va diluyendo todo y, prácticamente no nos queda más remedio que “brotarnos” como B.B Bux, perdernos entre las líneas de nuestra novela, llegar a Fantasía y recuperar nuestra razón de ser subiendo a la superficie el recuerdo de quienes fuimos y que, ahora mismo se halla sumergido en las profundidades de una mina en forma de finas láminas de sal… Todo un reto…
Ya sabes Manel, este es uno de esos post que yo llamo chiquititos porque las sensaciones son demasiado grandes para las palabras que encuentran. Supongo que producto de los datos contradictorios y sobre argumentados que a veces hay que escuchar por obligación, pero que hacen cortocircuito. En realidad aún no sé si entiendo las conexiones que me surgieron.
El párrafo del libro, la descripción de la no acción como mecanismo, me sublevó. Tal vez por eso me acordé de La historia interminable, porque creo que embobados fantaseando se nos ha olvidado la fantasía y es necesario, como tú dices, recuperar nuestra razón de ser. Soñar y planificar no son cosas incompatibles sino complementarias. Hay tanta confusión…
Sí, creo que ese viaje a Fantasía para auto recuperarnos es la idea que flotaba entre la niebla. Gracias por seguirme en esta divagación 🙂
Una abraçada!
Me parece fantástica la idea de mezclar ambas cosas. No defiendo demasiado esta película (no puede competir con el libro), pero en cualquier caso reflejaba una lucha por la defensa del conocimiento que choca directamente con el hecho de que algunos de los jóvenes de antaño sean quienes ahora llevan a cabo estas acciones. ¿Puede ser que alguno en su momento disfrutara de la novela de Ende y que ahora muestre tal desapego por la pervivencia de la cultura?
Por desgracia también tengo que reconocer que veo muy osado acercar lo empresarial a esto, pero sobre todo porque resulta triste lo que tu dices, es complicado que existan emprendedores cuando la apuesta parece salir más cara.
Álvaro, a esto le llamo yo coherencia. Habías comentado que te hacía gracia esto de mezclar películas con reflexiones empresariales, aunque no estabas de acuerdo con todo lo que decía.
De acuerdo contigo en lo de la película, de hecho me había decepcionado mucho con respecto al libro, pero eso me pasaba con casi todas las que tomaban una novela como punto de partida (en realidad me parecía casi un “sacrilegio”). Tal vez ahora lo veo un poco diferente porque mi cultura audiovisual ha aumentado un poquillo y les concedo valores diferentes.
Lo del desapego me recuerda a la incoherencia de los que celebraron la caída del muro y luego cambiaron, por un 40%, la imaginación por el poder (que decía Sabina). Y sí, igual es muy osado acercarlo a lo empresarial, aunque algunas(os) seguimos pensando que poner en marcha una empresa y especular son cosas diferentes. Pero es cierto que si los mecanismos, por acción u omisión, niegan la capacidad de soñar, no habrá personas que emprendan. Un Excel casi nunca da para tanto.
Muchas gracias. 🙂 Un saludo!
Por aquello de ser Berlín una de las ciudades de historia más significativa del siglo XX, tiene algunos monumentos especialmente emotivos. Uno de ellos está en la plaza cerca de Unter den Linden en la que por primera vez se quemaron libros inapropiados para el régimen nazi. Y es una simple placa en el suelo, que recuerda que tal día de 1933 comenzó la canción de papel y fuego. Excavaron debajo de la plaza, e hicieron unas claraboyas al sótano que construyeron, y donde instalaron, obviamente, una biblioteca de paredes blancas.
Goio, ¿hay algo de lo que tú no sepas? ¡Siempre me sorprendes!
Obviamente, una biblioteca con paredes blancas… Supongo que en este libro voy a encontrar muchos ejemplos desgarradores y, espero, algún ejemplo más como el que comentas. Si la fuerza con la que empieza se mantiene, supongo que alguno más se irá colando por aquí. Lo cierto es que llevaba mucho tiempo esperando por mí entre los pendientes mientras otros se iban colando. Y ya era hora…
Muxurik 🙂
Casi me alegra que ni tú entiendas cómo has llegado ha hacer esta conexión, porque a mí me ha dejado alucinado. Tu entrenamiento en pensamiento divergente es admirable, desde luego. La aniquilación por omisión a mí me suena a «homicidio por omisión» y, aunque no es comparable, me viene a la cabeza un ministerio de cultura agonizante. En cualquier caso, pensemos en positivo: con los libros digitales los contenidos nunca podrán destruirse de forma tan «aleccionadora», por decirlo de alguna manera. Flotarán para siempre en ese éter que es la nube digital… ¿o será también esto una FANTASÍA?
Un abrazo!
Daniel, intuía que me dirías algo así. Es cierto, mi razón se volvió aparentemente irrazonable y me obligo a transcribir esos desvaríos. Como si hubiera dejado aquí el boceto de un patrón prendido con alfileres. Pero no creas, algunas ideas ya se han ido aclarando y van tomando cuerpo en forma de decisiones.
En lo del pensamiento divergente ando muy entrenada últimamente, como suele ocurrir cuando te enfrentas a cosas nuevas. Como si alguna manera estableciera un paralelismo entre los cambios de fuera y los que ya desde hace bastante tiempo venían pidiendo paso dentro de mí.
Lo de la nube digital está bien, pero mejor una copia en casa… por si acaso… Así podremos disfrutar construyendo un nuevo mundo de Fantasía en el que tengan cabida nuestros queridos Fantasmas 😉
Un abrazo!