Se habla de Un profeta como del nuevo Padrino. Ni creo que lo pretenda ni que suceda.
Más bien pienso que este ritmo continuado como de documental, sin diferencias de ritmo visual ni conceptual, está encaminado a desnudar las guerras de poder del romanticismo con que nos cautivó Vito Corleone y su saga.
En este caso la violencia es despersonalizada, la premisa en vez de la conclusión. Una violencia más globalizada y menos estética, con la descarnada gratuidad de lo real, aunque ya sabemos que la ficción apenas se le acerca. Le sobran al menos quince minutos, pero merece la pena.
Uno de los mejores momentos, es cuando los personajes principales, Malik (el protagonista) y el capo corso (la banda dominante en ese momento en la cárcel), se confirman mutuamente una realidad a punto de mudar, un reconocimiento de estatus ya caducado. Sin empatía, sin respeto, sin reflexión.
El diálogo
Capo: ¿Por qué haces café? ¿Por qué sigues haciendo de criado? Sales para mí, llevas tus asuntos… Y cuando vuelves te pido que hagas café y vas y lo haces ¿No dices nada?
Malik:¿Cuál es la pregunta, por qué lo hago o cómo me siento? Lo hago porque me lo has pedido. ¿Quieres saber cómo me siento?
Capo: No, no, no, no, me da igual
Malik: ¿Necesitas algo más?
Capo: ¡Me necesitas tú a mí!
Malik: ¿Puedo irme ya?
Humillación y violencia. Para cambiar las reglas, necesitamos experimentar nuevas realidades.
Por cierto, esta vez no pongo objeciones al trailer oficial
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