Abrazar la vida y soltarla: Crecer como el sándalo, despedirse como el olmo

La naturaleza es nuestra mejor fuente de inspiración, pero necesitamos la ayuda de otras miradas para empezar a entender.

Aprender a abrazar la vida y a soltarla no es fácil. Lo hecho, hecho está y no se puede volver atrás, pero sí intentar que sirva para enfocar el futuro de las siguientes generaciones (aunque me temo que con alguna ya no lo hemos hecho nada bien).

Hace años me había impactado la descripción de cómo muere un olmo que transmite Mercedes Álvarez en su película El cielo gira:

«Me habían contado cómo muere un olmo y el pintor me hablaba de su lento crepúsculo que duraba años. Los anillos centrales del árbol, los más jóvenes, se consumían primero, abriendo paso al cielo, y la luz que caía al interior perforaba la madera. Comprendí que la del olmo no era una muerte sino un regreso bien organizado con ajustes pacientes y meticulosos. Contra el tiempo»

Teniendo en cuenta que ahora vivimos más años, y que es posible que necesitemos ayuda en la última parte de nuestra vida, debemos aprender del olmo y prepararnos para ese regreso bien organizado, respetando así nuestro tiempo… y el de quienes vienen detrás.

Pero a mi puzle vital le faltaba algo: el inicio de la vida. Y esa respuesta me la dio mi querido Daniel Figuero en su último libro, Contraperfume, con su descriptiva explicación sobre los inicios del sándalo, que es un árbol salvaje, libre y silencioso:

Rodeado de arbustos de té, el sándalo es una planta cautelosa, también hermética. No desea ser percibida, ya que es un parásito (bueno, un hemiparásito). No sabe encontrar comida (fósforo, nitrógeno y potasio) por sí misma, así que necesita mezclarse con las raíces de un anfitrión para poder crecer. El anfitrión proporciona los nutrientes y la sombra sin ser especialmente dañado. De una manera salvaje, este árbol huésped sobrevive bastante bien, pero cuando se intentó domesticar, su tasa de mortalidad resultaba altísima.

Por si fuera poco, a la falta de pistas sobre el terrible porcentaje de árboles jóvenes que no sobrevivían, se le unieron dos enemigos más: los animales que se alimentaban de las hojas tiernas y… los ladrones. Porque el sándalo es una madera tan preciada, tan cara, que arrancar un árbol arropados por la noche merecía las horas de viaje y esfuerzo.

Lo más absurdo de todo es que, hasta que no se corta el árbol, es difícil saber si tiene un buen aceite aromático. Y para que tenga ese aceite de calidad necesita de media, como mínimo, haber crecido durante veinte años.

Es decir, así deberíamos crecer las personas, arropadas y libres, para dar lo mejor de nosotras mismas. Y luego saber hacerlo con nuestras hijas e hijos para que puedan desarrollarse en la jungla que les espera, al tiempo que vamos desarrollando la inteligencia necesaria para reconocer el momento de disfrutar nuestra siguiente etapa: tomarnos el tiempo para recogernos de forma bien organizada, con ajustes pacientes y meticulosos.

Y aunque sé que lo que está de moda, y vende, es la distopía y lo fugaz, agradezco que otras miradas me sigan haciendo creer que la utopía es posible, y tal vez dejemos de lado el exceso de procesados para recuperar el tiempo de los procesos.

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NOTA: El libro de Daniel es tan delicioso y raro como él mismo. Una joya. Y se merece una reseña específica, ya veremos si llega. Pero quería dejar constancia del buen rato que compartimos estas navidades Iago, Daniel y yo. La dedicatoria del libro me la reservo.