Lo de «sociedad del ocio» tampoco ha funcionado porque el ocio ha dejado de ser una opción de libertad para convertirse en una obligación, en un producto de escaparate. Byung-Chul Han lo expresa con acierto al decir que «el ocio se ha convertido en un insufrible no hacer nada».
Pero el problema no lo tenemos con el ocio sino con el uso del tiempo, como explica el filósofo coreano en la entrevista a la que pertenece este extracto:
La actual crisis del tiempo no radica en la aceleración, que podría solucionarse con estrategias de desaceleración, como por ejemplo slow food o yoga. A la actual crisis del tiempo yo la llamo «discronía». El tiempo carece de un ritmo que ponga orden, carece de una narración que cree sentido. El tiempo se desintegra en una mera sucesión de presentes puntuales. Ya no es narrativo, sino meramente aditivo.
El tiempo se atomiza. En un tiempo atomizado tampoco es posible una experiencia de la duración. Hoy cada vez hay menos cosas que duren y que con su duración den estabilidad a la vida. El tiempo ha perdido hoy su fragancia. A la civilización actual le falta sobre todo vida contemplativa. Por eso desarrolla una hiperactividad, que le quita a la vida la capacidad de demorarse y recrearse. Ya no es posible experimentar un tiempo pleno.
Lejos de resolverse, la crisis se acelera, pero el problema no es nuevo. En 1984, Charles Dudley Warner, director de un periódico y ensayista, expresaba el malestar de la gente: “La división del tiempo en períodos rígidos es una invasión de la libertad individual y no hace concesiones a las diferencias de temperamento y sentimiento”.
Pero su queja se inspiraba en el dramaturgo romano Plauto, que ya en el año 200 a.C., escribía este lamento:
¡Los dioses confundan al primer hombre que descubrió la manera de distinguir las horas, y confundan también a quien en este lugar colocó un reloj de sol para cortar y destrozar tan horriblemente mis días en fragmentos pequeños!
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