Durante la última gala de entrega de los premios solidarios de la ONCE me impactó una frase que dejé marcada como anotación mental: «Cuando sientes el dolor, sabes que estás vivo, cuando sientes el dolor de los demás, sabes que eres humano». Por supuesto me emocionó y me uní a los aplalusos, sin embargo…
Acabábamos de presentar nuestro proyecto a la II convocatoria Cultura Accesible e Inclusiva y, precisamente, nos habíamos decidido por todo lo contrario: el humor como punto de apoyo y herramienta.
En occidente tendemos a confundir el concepto de progreso con el de avanzar, sin embargo, aunque la tecnología ha «democratizado» el acceso a las herramientas y los canales de comunicación, sigue habiendo (sub)categorías como «la inclusión y la participación», que no dejan de ser condescendientes etiquetas: rutas paralelas que, por definición y salvo excepciones, están destinadas a no encontrarse.
Reír y llorar, dos de los actos más humanos que existen, nacemos, primero lloramos y mas tarde reímos. La risa aparece a partir de los 4 meses de edad y constituye una de las primeras vocalizaciones sociales emitidas por el ser humano (mucho antes de que comencemos a emitir sonidos del habla). Tanta es la importancia de la risa para un niño que sin ella no habría un correcto desarrollo cognitivo, por eso los niños ríen unas 400 veces al día (los adultos sólo lo hacen 15 veces al día) .
Sea físico o emocional, el dolor es más fácil de entender que la risa. En mayor o menor medida, todo el mundo lo ha sentido alguna vez, por eso tratamos de escapar. Pero la risa, tan deseada y deseable, es cual geniecillo gamberro que primero nos camela y luego nos manda regalos envenenados.
¿Por qué y con qué nos reímos de mayores?
La risa está de moda. Se dice que es una fuerza vital contagiosa y terapéutica, y que es el estado ideal al que deberíamos aspirar para superar todo tipo de dificultades (¿?). Es más, en nuestro occidental egocentrismo, confundimos la risa con la felicidad y hasta prefabricamos contextos.
Usamos expresiones como «risa sana» y recomendamos «aprender a reírnos de nosotros mismos». Sin embargo, nos reímos cuando reconocemos a los demás en el sketch humorístico de turno, pero la risa se nos atraganta cuando nos vemos reflejados en alguno. Y es que como explica Kiko Llaneras, nadie satisface todos los clichés que le tocan:
Imaginad una habitación con globos de distintos colores, formas y tamaños al azar: el 70% son rojos, el 70% ovalados y el 70% pequeños. Podemos decir sin mentir que la mayoría son rojos, que la mayoría son ovalados y que la mayoría son pequeños. Pero solo un tercio serán las tres cosas.
El artículo del que he extraído la cita se titula no somos una ensalada de números y se refiere a que, además de nuestras diferencias de carácter y personalidad, hay distintos contextos e intereses que nos afectan. Y en diferente medida. Entonces, ¿a qué viene este interés por las recetas únicas? ¿No será mejor enfocarse en el efecto coral de la risa como expresión de nuestras diferencias?
Desde la asociación Proxecto Máscaras estamos trabajando este enfoque con un nuevo proyecto audiovisual y hemos planteado un cuestionario anónimo para saber más. Agradecemos toda colaboración.
aquí uno del 70% ovalados que se ha ido hasta el cuestionario que enlazas y lo ha cubierto. Por cierto que no me parece nada fácil lo del humor porque me toca sufrir a los graciosos de turno con los chistes de funcionarios.
Dentro de otros seis meses me paso por aquí a ver si has vuelto a escribir 😉
Pues aquí una del 70% de pequeños/as que no da encontrado acomodo en ningún grupo, te transmite las gracias en nombre del equipo del proyecto.
Sobre los chistes del funcionariado casi prefiero no decir nada porque alguna experiencia reciente (en ello estamos) parece de risa. Aunque hay profesionales dentro y fuera, como tú y Manel Muntada por ejemplo, haciendo un buen trabajo en ese sentido, el objetivo se me antoja pura utopía.
Y no, no tardaré 6 meses. Gracias mi querido Pepito Grrillo 😉