Conviene preguntarse ¿quién nunca está?
Decía George Perec «el espacio es una duda: continuamente necesito marcarlo, designarlo; nunca es mío, nunca me es dado, tengo que conquistarlo».
Si algo define a la diversidad es, además de la libertad de ser, la de participar en los espacios públicos, en el espacio urbano, es decir, la calle.
Desde la mirada cotidiana, desde la prisa, es difícil ver que bajo la apariencia de “no pasa nada” el conjunto de la vida en el espacio público, en la calle, es un colosal sistema en el que se intenta disfrazar de “normalidad” lo que no deja de ser un intento de control del orden “establecido”.
El trabajo de Manuel Delgado en torno a la construcción de las identidades colectivas en contextos urbanos, resulta especialmente relevante en la parte de investigación que conlleva el Proyecto Máscaras porque el espacio público, la calle, es la asignatura pendiente para que la diversidad no se frene en la normalidad encorsetada.
Es importante entender cómo la domesticación de lo urbano, en la que Julen buscaba paralelismos con lo que sucede en las empresas, nos empuja a colocar esas máscaras que nos definen en lo público, pero terminan imponiéndose en nuestra esencia. Porque nuestra vida discurre entre el dentro y el afuera, entre lo que debe ser la estructura y la oportunidad para el acontecimiento. Pero esa puerta, que se tiene que poder abrir en las dos direcciones, debe ser accesible a todas las personas.
De eso trata Sociedades movedizas, de la comprensión del espacio público como lugar de los encuentros, y los encontronazos, del espacio del conflicto y por ello también el de las oportunidades
Se ha dado por supuesto que el afuera debía limitarse a funcionar como mero pasillo o antesala entre construcciones, al servicio de individuos que sólo podían emplearlo para cambiar de seno edificado y, por tanto, para transitar entre puntos no solamente físicamente, sino también moralmente ciertos y seguros.
El exterior es el espacio para la exposición, ese «estar fuera de sí» por el que sólo cabe deslizarse y en el que los códigos se debilitan para dar paso a nuevos posibles, que no es otra cosa que la vida urbana estructurada a partir de la movilidad.
Ajena e incluso contraria a lo que cada cual supone su propia verdad fundamental, en la vida cotidiana de ahí fuera se entrecruzan interminablemente seres que reclaman ser tenidos en cuenta o ignorados no en función de lo que realmente son o creen ser, sino de lo que parecen o esperan parecer. Son máscaras que aspiran a ser sólo lo que hacen y lo que les sucede. Tal negociación constante entre apariencias hace de los actores de la vida pública una suerte de exhibicionistas, cuyo objetivo es mostrarse en todo momento a la altura de las situaciones por las que van atravesando. Su meta no es conocer ni comprender, sino resultar adecuados, afirmarse competentes, hacerse aceptables, saberse el papel, convencernos de la pertinencia de sus gestos, de sus respuestas y de sus iniciativas.
Como dice Manuel Delgado, hay que atreverse a reclamar el derecho a no entender lo que pasa, a renunciar a someterlo a una única explicación, a no tener que defender grandes teoría para ser actores de la vida pública, de la calle. Por eso tal vez es buen momento para comprender que esa necesidad de conquista que decía Perec pasa por dejar de luchar contra viento y marea para ser más iguales… por estar dentro del estándar.
Ya sabía yo que te iba a gustar Manuel Delgado, jejeje…
Pero si no dudaba de tu recomendación, es que las horas no dan 😛
Y ya no es que me guste sino que complementa aspectos de nuestra investigación y reflexiones
Qué interesante reflexión. Me llama muchísimo la atención la designación de edificios como entes moralmente seguros… más que por el «estar fuera de sí», lo interpretaría como que dentro de cada edificio (dando por hecho que el punto de destino es conocido) no interpretamos los estímulos como amenazantes o inesperados, aunque en ocasiones lo parezcan: en una rutina conocida, son predecibles. Así como, dentro de un edificio, el contacto con el exterior del que disponemos está también sesgado: elegimos el canal, la red social, el periódico, elegimos esos estímulos en base a lo que queremos oír o, si no nos gusta, en base a lo que sabemos que vamos a encontrar. Sin embargo, en la calle (ese territorio entre destinos moralmente inestable) puede suceder, realmente, cualquier cosa. Impredecible, nos movemos entre oleadas de personas y sucesos que pueden poner en entredicho nuestro sistema moral, no porque sean apariciones poco habituales, extrañas o desconocidas, no, por su carga de realidad, de presencia física, de falta de virtualidad. No solo nos encontramos desprotegidos (libres de pantallas que son, precisamente, barreras), sino que estamos a merced de lo que ocurra en un espacio público. Ya ves que me he ido más a un espacio público que a un acto público, que era por donde más orbitaba tu reflexión, pero bueno… a veces está bien irse por las ramas (de un jardín privado).
Isabel, me ha encantado este post. Un abrazo!
No te has ido nada por las ramas, la reflexión iba hacia ahí. Para ser actores de la vida pública tenemos que tener acceso a ese “espacio de indefensión y libertad” que supone la calle. Has puesto el dedo en la llaga.
Al final tenemos tanto miedo a la libertad que, en muchos casos, hasta en la calle queremos someternos a lo pactado y a lo previsible. De eso nos quieren convencer constantemente desde los poderes establecidos y por eso tenemos las “fuerzas de orden público”, que la mayor parte de las veces lo que hacen es introducir el desorden porque cualquier movimiento ciudadano (del tipo y tamaño que sea), altera lo establecido. Y es curioso como hablamos de innovación, incluso de innovación social, pretendiendo no salirnos de los márgenes.
La cuestión es que al llamarlo “espacio público” en lugar de lo que siempre fue, la calle, queda sometido a la planificación del poder, a la domesticación de lo urbano. Los actos públicos pueden darse o no, pero el espacio público es un gran sistema de movimientos y vida, aunque gran parte del tiempo sucedan en silencioso semi-anonimato.
Me gusta esto que dices: “No solo nos encontramos desprotegidos (libres de pantallas que son, precisamente, barreras), sino que estamos a merced de lo que ocurra en un espacio público”.
Me alegra que te gustara Daniel, te agradezco mucho tu reflexión porque estoy en la fase de aplicar algunos conceptos en otros temas y conversando sólo conmigo misma es más complicado.
Un abrazo fuerte! 🙂
a mí me gusta la reflexión sobre las máscaras. El post indica que nos hemos acostumbrado a llevarlas en lo público e implica que por ello ya no nos las quitamos tampoco en privado. por costumbre, por adocenamiento… Y si es porque somos máscara y sin ella no hay vida? Y si por ello están realmente trasladadas a lo público sin que haya acción de un poder colectivo para controlarnos? A fin de cuentas, somos un animal capaz de pensarse a sí mismo, capaz también de reconstruirse, y nuestra tragedia (prometeica) es que cada vez que nos quitamos una máscara es porque dejamos aflorar otra… Je, tal vez esto sirva de justificación a quien afirma eso tan manido de ‘tenemos los gobernantes que nos merecemos’, pero yo voy más por la reflexión individual, la que me hace pensar que la escala de los comportamientos privados suele trasladarse inevitablemente a los públicos, por muchos mecanismos incomprensibles (globalización, civilización) que el individuo no pueda alcanzar.
Estaba en la primera parte del libro cuando encontré el párrafo que motivó la reflexión así que, aún siendo consciente de que extraer una parte puede desvirtuar el sentido de la lectura, me pareció importante y quise dejarla anotada. Más adelante hace un recorrido por la evolución de los conceptos de comunidad y familia (que no cumplió las expectativas en cuanto a refugio) y distingue claramente entre lo privado y lo íntimo. Es curioso, por ejemplo, como se refiere a la fetichización del yo que en nuestras sociedades se convierte con facilidad en un instrumento de disciplina social interiorizado y políticamente determinado. Me parece magnífico este párrafo:
“Esa idea de que el “yo averiado” es la causa y no la consecuencia de nuestros problemas, que pasan a ser de un modo u otro personales, en el doble sentido de individuales y relativos a la personalidad”.
Pero respecto a la reflexión del post, y dejando a un lado que tenga de bueno o menos bueno la interiorización de la máscara, está claro que sin esa parte social que desarrollamos en el espacio urbano, en la calle, se está en desventaja respecto a la “normalidad”. Y no me refiero a lo de la socialización y estas cosas sino al aprendizaje y manejo de roles que derivan de la necesidad de dominar ese juego de máscaras. Incluso a lo exigentes que somos con quien no sabe o no puede manejar esos códigos. Lo “raro” nos gusta como anécdota pero preferimos quedarnos con el código de lo conocido y aceptado porque lo que se sale de ahí nos obliga a interpretar y desarrollar nuevos códigos. Ese es un difícil camino hacia la diversidad.
No sólo me está gustando sino que creo que me va a ofrecer perspectivas interesantes sobre algunos asuntos. Me está haciendo pensar mucho. Gracias Goio 🙂
Esas mascaras de la calle, ahora estan en internet, en facebook
mostramos lo que queremos mostrar
como queremos que nos vean los demas
esa partecita que creemos es la mas interesante, la de «mostrar»
Un saludo
Cierto Pedro, y es difícil quedar al margen porque es una marea muy poderosa que nos atrapa sin darnos cuenta.
Y lo malo no es engañar a los demás, sino a nosotros mismos. Terminamos creando y siendo esclavos de un personaje que se impone a la persona. Internet lo agudiza, pero es algo que nos ocurre en el día a día, en la calle, en los propios entornos más cercanos. Pero en el fondo, apoyándonos cada noche en la propia almohada, estamos solos, tratando de encontrarnos entre el eterno conflicto entre lo público-privado-íntimo.
Un abrazo.
Hola Isabel, felicitaciones por tu blog, muy intersante.
Dirijo una revista sobre educación y justo en este año, el primer numero tratará sobre cómo percibimos la ciudad. Ya he recibido algunas colaboraciones, entre ellas una de como se percibe a través de los sonidos, de una investigadora de la U. nacional de Colombia.
Me gustaría invitarte a escribir en ella o si conoces de alguien mas que puedas recomendarme te lo agradecería mucho. La revista se llama «Perspectivas en educación». Tiene circulación en muchas universidades de Bogotá y algunas de A. Latina. Se han publicado ya diez números.
Si decides aceptar te envío mas datos y algunos ejemplares.
Un abrazo y éxitos en tus proyectos
Cordialmente
Jorge Luis Rodríguez
Hola Jorge Luis.
Gracias por comentar y por tus palabras.
Es muy interesante el enfoque del próximo número de vuestra revista, gracias por pensar que puedo aportar en ella. Si me puedes facilitar más datos y algún ejemplo podría calibrar mejor, sobre todo por conocer los enfoques y extensión de las colaboraciones. En principio la idea me resulta atractiva, y es posible que pueda ponerte en contacto con alguna persona que tiene mucho que decir sobre este tema.
Muchas gracias también por los buenos deseos hacia nuestros proyectos. Te deseo lo mismo 🙂
Un abrazo.